Sunday, March 27, 2005

La última jugada del torneo de póquer

Raúl Fain Binda
Raúl Fain Binda
Columnista, BBC Mundo


Paul Stoddart
Para poder jugar, Minardi debe adapatarse a las reglas de la mesa.

El Campeonato Mundial de Póquer ha comenzado en Deadwood. Diez jugadores se apiñan alrededor de una mesa circular, cubierta por un tapete verde, pringoso y raído.


Fuman, beben y se odian mutuamente. Todos transpiran y tienen la voz ronca por el tabaco, el alcohol y los nervios.

La luz, perpendicular, despiadada, les da un aspecto enfermizo, fatigado.


El jugador que reparte es pequeño, inquieto, de aspecto colérico. Se llama Bernie y es el dueño del local, el Silver Dollar Saloon. Baraja como un profesional; sus manos parecen un torbellino de uñas.

Cuando Bernie comienza a repartir una mano, el jugador a su izquierda, Wild Bill Hickock, lo detiene.


El campeón

-No le des a Minardi, no tiene resto para esta partida, dice.


Cuando Wild Bill habla, todos escuchan. Ha sido campeón muchas veces y quiere serlo muchas más. Tiene ojos de pistolero y sus manos de tahúr acarician las fichas como si fueran mujer. Lo acompaña su amante, Calamity Jane, de cuyo amplio escote asoma un fajo de billetes.

En los juegos del amor, Wild Bill es "Ferrari" y Calamity es "Fiat", por sus marcas de whisky preferidas.


A espaldas de la pareja, las crónicas de la época ubican a un tal Jack McCall, que ha bebido más de la cuenta.

Minardi es obviamente el jugador más pobre alrededor de la mesa. Su chaqueta necesita un zurcido, nadie lo acompaña y su pila de fichas es insignificante.


-Bernie, tú y Max me dijeron que tendría crédito. Y que en el campeonato del mundo se mide la calidad, no la cantidad. Ya sé que no ganaré, pero tengo derecho a participar.



Bernie Ecclestone.
Si Bernie es considerado el cerebro detrás de la Fórmula Uno, Ferrari puede ser el corazón.



Reglas son reglas

Max, sentado a la derecha de Bernie, es el presidente del Club de Póquer de Deadwood, que otorga el título y dicta las reglas del juego. Se encoge de hombros, con aire de a mí no me vengan con estas cosas.


-Lo siento, pero las reglas son las reglas, responde.

-Estoy seguro de que esto se puede arreglar, dice Bernie, fulminando con la mirada a Wild Bill.


Los otros jugadores se agitan, indignados.

-Esto es el colmo del descaro, dice el segundo jugador, Tim McLaren, quien está acompañado por su esposa Mercedes.


El tercer jugador, Franco Williams, tras escuchar lo que le dice al oído la mujer de acento alemán que lo acompaña, da un golpe de puño sobre la mesa.



La razón oculta

-Wild Bill bocha a Minardi para que nos sirva de escarmiento a los demás, porque queremos cambiar de local y organizar nuestro propio campeonato mundial, dice.


-Oui, eso les caerá muy mal a ustedes tres, acota Renaud, el cuarto jugador, mirando con una sonrisa sardónica a Wild Bill, Bernie y Max.

Los otros jugadores asienten y golpean vigorosamente la mesa. Un vaso de whisky se derrama sobre las fichas de Max, quien las seca una por una con la manga de su chaqueta.

Jack McCall se acerca más a la mesa, abriéndose paso entre los curiosos. Fiat hace una mueca de desagrado cuando le llega su aliento.


Minardi ríe de repente y extiende sobre la mesa un documento:

-No importa, no importa. Vine preparado. Esta es una resolución del juez de Deadwood, permitiéndome jugar el campeonato.


Max Mosley
El presidente de la FIA, Max Mosley, podría estar jugando su última partida.



Dos barajas

-Me parece bien. Yo siempre cumplo las reglas, dice Wild Bill.


-Sí, las cumples porque Bernie y Max hacen las reglas que te convienen a ti. Si no te convinieran, ellos harían otras, dice otro jugador, de aspecto japonés.

-Las normas son para todos, dice Bernie, su rostro oscurecido por el humo del cigarro.


-Si es así, ¿por qué a él le das cartas de una baraja y a nosotros de otra? ¿Y por qué le pagas una prima por participar y a nosotros no?

-Porque es el campeón y la televisión nos pagaría mucho menos si él no estuviera. Es por eso que ustedes deberían quedarse conmigo. Un campeonato mundial de póquer sin Wild Bill no sería viable. Ni siquiera tendrían local.


Fórmula Uno.
Ferrari, el preferido, lidera. McLaren y Williams, lo siguen.

La mano del muerto


Y Bernie reparte las cartas, con un guiño de complicidad a Wild Bill y un codazo campechano a Max.

-Todos admiran a Wild Bill, por eso esta mesa de póquer atrae tanta gente, acota Max.


-Sí, todos lo admiran, pero también mucha gente lo odia, masculla McLaren.

Wild Bill se concentra en sus cartas. Las acaricia, comienza a abrirlas como si fueran los pétalos de una flor, espiándolas una por una. Nadie lo hace mejor. Por eso es el campeón.


La primera carta es un as, la segunda otro as; la tercera es un ocho, la cuarta otro ocho. Las cuatro son negras.

Ferrari pellizca el trasero de Fiat, para darse suerte. Y comienza a espiar la quinta carta.


En ese momento, Jack McCall dispara en la nuca del campeón mundial con su revólver calibre 45.

-Él mató a mi hermano, explica cuando se acalla el eco del disparo. Nadie parece escucharlo.


Muy lentamente, McLaren descubre la quinta carta de Wild Bill. Es el dos de espadas.

-Se te acabó la suerte, campeón, dice alguien.

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Wild Bill Hickock, Calamity Jane y Jack McCall existieron realmente. Jack mató a Wild Bill el 2 de agosto de 1876. Desde entonces, en el póquer es famosa "la mano del muerto", dos ases y dos ochos negros. En cuanto al automovilismo, no creemos que Ferrari corra la misma suerte que Wild Bill. Al fin y al cabo, todos aman a Ferrari.
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